El alza descontrolada de precios que ya hemos normalizado es uno de los efectos más perniciosos de la complicada realidad geopolítica de este 2023. Los ciclos inflacionarios son de sobra conocidos por consumidores y empresas, pero ¿es posible que los efectos de la inflación sean aún peores al combinarlos con un escenario de estancamiento económico? La respuesta es sí: es lo que se denomina estanflación.
¿Qué es la estanflación?
Para poder hablar de estanflación deben confluir dos factores: una elevada inflación, es decir, la subida desmesurada del precio de los bienes de consumo y, por otra parte, una ausencia total o casi total de crecimiento en el PIB. Dos fenómenos que deberían ser excluyentes, pero que se combinan en una tormenta perfecta.
Estamos hablando, pues, de un término que hay que utilizar con sumo cuidado, ya que designa una situación límite en la economía. Los precedentes históricos, como veremos más adelante, son pocos y de tremenda repercusión.
¿Qué diferencia hay entre inflación y estanflación?
La estanflación no es un tipo de inflación exacerbada (hiperinflación), ni tampoco una subida que afecte a productos especialmente sensibles o de primera necesidad. La diferencia es cualitativa, no cuantitativa, y para que ocurra tienen que darse unas circunstancias muy específicas.
Una coyuntura de parón o estancamiento en el PIB normalmente no acarrea inflación, sino todo lo contrario: el poder adquisitivo es menor, así que la demanda de productos de consumo decae y los precios bajan. En la estanflación, por el contrario, un crecimiento económico nulo o negativo convive con la subida descontrolada de precios, lo que convierte a este fenómeno en uno de los más complejos y difíciles de afrontar que existen.
Causas de la estanflación
Más que una recesión o una crisis, la estanflación es una anomalía sistémica, una rara avis que invierte el sentido de los engranajes de la economía. Las razones son diversas, pero en general se trata de factores externos al mercado que, en combinación, alteran el funcionamiento de éste.
La existencia de subsidios excesivos o exenciones fiscales a la adquisición de determinados bienes, que impulsan la demanda de éstos y el alza en su valor de mercado.
La presencia de cuellos de botella en la cadena de suministros que encarecen el mantenimiento y transporte de los bienes.
Interrupción en el suministro energético por motivos políticos o bélicos, como ocurrió con el embargo petrolero de la OPEP en los 70 o la actual guerra de Ucrania.
Políticas monetarias expansivas infructuosas: imprimir dinero nuevo para estimular una economía que no funciona suele ser una mala decisión.
¿Cuáles son las consecuencias de la estanflación?
La estanflación es quizá la coyuntura económica más negativa posible. Todos los recursos habituales para salir de una crisis convencional se convierten en trampas: poner más dinero en circulación, bajar los tipos de interés, conceder ayudas a los colectivos más vulnerables… generarían más inflación, empeorando la situación.
Sus principales efectos son:
Empeoramiento de las condiciones de vida de la sociedad, especialmente de los estratos más humildes, que además ven mermadas sus posibilidades de prosperar.
Estancamiento financiero y bajada de la rentabilidad en la actividad bursátil. Hay menos dinero disponible para invertir y las empresas sufren las consecuencias de la crisis y la inflación.
Nacimiento de un círculo vicioso en el ciclo productivo: los bienes que necesitan las empresas para producir son más caros, lo que repercute en el precio final a un público que, además, está más empobrecido.
Más desempleo en combinación con una cesta de la compra más cara: el colmo del infortunio para las familias.
¿Cómo afrontar la estanflación?
Combatir este fenómeno es meterse en un campo de minas donde el más bienintencionado de los movimientos puede acabar en catástrofe. Es más fácil hablar de protegerse de la estanflación que de las vías de salida para la misma, las cuales generalmente surgen cuando remite la crisis geopolítica de turno.
El ejemplo de estanflación de los años 70
Tal vez el referente más claro que podemos encontrar en el pasado es la crisis de estanflación de los años 70. Richard Nixon llegó a la Casa Blanca con la guerra de Vietnam de fondo, un conflicto que le estaba saliendo muy caro a EE. UU. en términos humanos y monetarios. Para solucionarlo, el presidente optó por un paquete de medidas que incluían la congelación de los salarios y la subida de impuestos a las importaciones, que no surtieron el efecto deseado. Cuando comenzó la recesión, la Reserva Federal tuvo que imprimir billetes de manera masiva, generando inflación.
La situación cada vez era más insostenible y, finalmente, Nixon tomó una decisión extrema: el final del patrón oro; es decir, el metal precioso dejó de ser la medida de valor del dólar. Desde entonces, la firma de los bancos centrales es la única garantía de este valor.
¿Hay riesgo de estanflación?
Si alguien habla de estanflación hoy en día, es porque teme que una complicación de la situación geopolítica acabe disparando la inflación de nuevo y dañando a la economía. Pero no parece que un escenario como el de los años 70 esté entre las opciones más probables.
Si bien es cierto que hay conflictos militares vigentes que obstruyen las cadenas de suministros, el mundo actual está mucho más globalizado y la tecnología permite paliar las dificultades. Además, aunque con desaceleraciones en el horizonte, el FMI prevé un sostenido crecimiento de la economía.
Tendrían que confluir muchas situaciones adversas para que la estanflación sea una amenaza palpable: otra guerra que salpique a las principales potencias (Taiwan), eventos inesperados que intensifiquen el embudo en los suministros (incluido el petróleo), la aparición de una nueva cepa vírica que vuelva a paralizar el planeta… El riesgo de estanflación siempre debe ser tenido en cuenta, pero no hay que olvidar que es difícil que se convierta en el más probable.