Como los teléfonos móviles, las tarjetas de crédito se han vuelto omnipresentes y son ya un elemento imprescindible de la vida moderna. Sin embargo, aunque nacieron para facilitarnos las cosas, en sus inicios fueron más rudimentarias.
¿Cuándo se inventaron las tarjetas de crédito?
Las primeras tarjetas de crédito empezaron a emitirse a principios del siglo XX en Estados Unidos, normalmente por gasolineras y grandes almacenes, aunque con una aceptación muy tímida, pues solo tenían validez en esos establecimientos. No obstante, poco a poco fueron evolucionando, los ciudadanos se fueron familiarizando con ellas y su uso se fue extendiendo en la década de los 40, generalizándose desde la mitad del siglo.
La primera tarjeta de crédito moderna
En 1950 se produjo un punto de inflexión. Ese año, Frank McNamara, director de la Hamilton Credit Corporation, lanzó, junto a su socio Ralph Schneider, The Diner’s Club, considerada ampliamente como la primera tarjeta de crédito moderna. Es decir, una tarjeta con la que pagar en diferentes establecimientos sin tener que llevar las de cada uno de ellos.
Todo fue fruto de un olvido. Un año antes, en 1949, McNamara había invitado a Schneider y al rico heredero Alfred Bloomingdale a una cena de negocios en un elegante y lujoso restaurante en Nueva York. Cuando el anfitrión fue a pagar, se percató, no sin bochorno, de que no llevaba dinero para pagar la abultada cuenta. Llamó inmediatamente a su mujer para que le llevara el efectivo lo antes posible. Pero esa incómoda situación sirvió a McNamara para rumiar un sistema, personal y seguro, de pago a crédito que valiera para múltiples establecimientos.
El resultado, un año después, era The Diner’s Club (el club de los que van a cenar, como guiño a la famosa cena). Nacía así la tarjeta de crédito moderna, que ha ido cambiando y evolucionando a lo largo de los años a medida que lo ha hecho el comercio.
El modelo de negocio era sencillo: el emisor de la tarjeta (que no era de plástico, sino de cartulina, como las tarjetas de visita) hacía de intermediario entre el establecimiento y el comprador, cobrando una comisión por transacción al primero y una de mantenimiento al segundo (tres dólares anuales en 1951) a cambio del pago aplazado a final de mes sin intereses.
A principios de 1950, solo 200 personas contaban con una tarjeta Diners Club y únicamente 14 restaurantes de Nueva York las aceptaban. A finales de ese año, sin embargo, ya las usaban cerca de 20.000 personas y el número de establecimientos que las admitían crecía exponencialmente. Su éxito siguió imparable y no tuvieron una competencia verdaderamente importante hasta 1958.
Evolución de las tarjetas de crédito
Ese año, American Express lanzó su primera tarjeta de crédito y el Bank of America emitió la llamada BankAmericard, que después cambiaría su nombre por el de la archiconocida VISA (una palabra que sonaba igual en casi todos los idiomas).
En respuesta al éxito de la BankAmericard, en 1966 un grupo de bancos de California lanzó la segunda tarjeta de crédito más popular, primero llamada tarjeta Interbancaria, más tarde cambiada a Master Charge y que finalmente se convertiría en MasterCard en 1979.
Las tarjetas de crédito en España
¿Y en España? El 4 de octubre de 1954 la Diners Club empezó a operar en nuestro país, estrenándose el mercado de las tarjetas de crédito dentro de nuestras fronteras. En 1971 , en alianza con BankAmericard, el Banco de Bilbao se convertía en la primera entidad financiera española que implantaba la tarjeta como método de pago alternativo al dinero físico.
Las primitivas tarjetas de cartón fueron sustituidas por el plástico y fue en la década de los 80 (en ello resultó esencial la introducción de VISA, en 1977) cuando se metían de lleno en el mundo corporativo para, poco a poco, acabar extendiéndose hasta a las compras cotidianas más nimias.
Hoy, las tarjetas de crédito o débito siguen reinando; se mantienen en primer lugar entre los métodos favoritos de pago, por delante del dinero en efectivo. Pero igual que en el siglo XX robaron el protagonismo al dinero contante y sonante, quizás no quede mucho para que, en el XXI, queden relegadas a un segundo plano por la comodidad y rapidez que supone el pago con el móvil.