Los eventos traumáticos tienen la capacidad de alterar el comportamiento de las personas en el futuro, sobre todo si ocurren en edades tempranas. Y, ¿qué es un evento traumático? Aunque a menudo pensamos en guerras u otros actos violentos, puede tomar muchas formas, y una crisis económica o financiera-provocada por ejemplo por una pandemia mundial-es una de ellas, y puede dejar cicatrices en el largo plazo. Esas cicatrices pueden ser directas: por ejemplo, parte del empleo que se destruye en una crisis larga nunca llega a recuperarse. Años de paro hacen que las habilidades de muchos trabajadores queden desactualizadas, impidiendo su retorno al mercado laboral. Lo mismo pasa con algunas instalaciones, oficinas, o maquinaria, dejan de ser útiles. Pero las crisis también generan cicatrices en el plano psicológico.
Las consecuencias de haber sufrido una crisis económica en edades tempranas
El trauma que genera una crisis es casi siempre similar: aumenta el rechazo a asumir riesgos por parte de los que la sufren. Esa aversión se manifiesta de maneras muy diversas. Comparando con aquellos que no han sufrido experiencias traumáticas, los que han sufrido una crisis:
Emprenden menos, prefieren el trabajo por cuenta ajena porque es percibido como menos arriesgado.
Consumen menos, incluso cuando sus ingresos se recuperan, y eligen productos de menor calidad.
Evitan los estudios de letras y humanidades, y se decantan mucho más por profesiones que se consideran más seguras como informática, enfermería e ingeniería.
Creen menos en la meritocracia, piensan que el éxito en la vida es más una cuestión de suerte.
Votan más a partidos de izquierda y creen más en el papel de los gobiernos en la economía.
Cómo influyen a la hora de invertir
La inversión no es una excepción. Sufrir una crisis nos lleva a invertir menos durante el resto de nuestras vidas. Por ejemplo, en EEUU, donde la inversión en bolsa está más extendida, el porcentaje de ahorro que invierten los jóvenes que vivieron la crisis de 2008 es apenas un tercio de lo que invertían los jóvenes de décadas anteriores. Mientras que tradicionalmente los jóvenes americanos invertían un 10 % de sus ahorros en bolsa, diez años después de la crisis la cifra ha caído hasta el 3 %.
A lo largo de la historia, la edad ha sido el factor que mejor explica la aversión al riesgo. Las personas mayores suelen ser más conservadoras que las jóvenes. Sin embargo, esto se revierte si la persona joven ha vivido una de estas experiencias traumáticas. Ocurrió en la crisis de 1929, pero también en las de los años 70 y 80: los jóvenes que las vivieron invirtieron de forma mucho más conservadora que sus mayores, o que otras personas de su edad que no pasaron por experiencia similares. También afecta a los profesionales: los directivos que vivieron la Gran Depresión de 1929 gestionaron sus empresas de forma mucho más conservadora. Estos comportamientos se traducen en grandes pérdidas de rentabilidad en el largo plazo (por no invertir su dinero), que pueden suponer muchos miles de euros a la hora de la jubilación.
¿Hasta qué punto afecta a largo plazo?
No hay dos personas iguales, pero podemos hacer una simulación con algunos datos reales de EEUU. Por ejemplo, un joven de 30 años con ahorros de 10.000 dólares habría invertido en bolsa, de media, en las décadas anteriores a 2008, un 10 % de sus ahorros (1000 dólares) mientras que un joven pos-2008 solo invierte 300 dólares. Asumiendo que el primer caso invierte de media 5000 dólares al año hasta los 65, y que el segundo invierte solo 1500 (según los mismos parámetros), y con un 5 % de rentabilidad anual, la diferencia en el momento de la jubilación sería de 335.000 dólares (479.000 vs 144.000).
Pulsa aquí para una versión accesible a la gráfica
El gráfico simula la evolución del patrimonio de un inversor, que empieza invirtiendo 1000 dólares con 30 años y, a partir de ahí, invierte 5000 dólares al año hasta su edad de jubilación. Con una rentabilidad del 5 %, llega a acumular 479.182 dólares al cumplir 65 años. Simula, en paralelo, la evolución del patrimonio de un inversor que empieza invirtiendo 300 dólares con 30 años y, a partir de ahí, invierte 1500 dólares cada año, hasta llegar a los 65 años. Suponiendo, como en el caso anterior, una rentabilidad del 5 %, su patrimonio final es de 143.754 dólares. La diferencia entre el patrimonio de los dos inversores al llegar a los 65 años es de 335.000 dólares.
Cómo gestionarlo si nos vemos afectados
¿Se puede hacer algo o la persona que vive estos eventos está condenada a convivir con el miedo toda su vida? Es complicado, porque el cerebro humano da mucho más peso a la experiencia propia que a cualquier otra información, pero no imposible.
Las mejores herramientas son la educación y la experiencia. La adquisición de conocimientos de finanzas y la experiencia de primera mano en el mundo de la inversión, pueden ayudar al inversor que ha pasado por una situación compleja. Con tiempo y disciplina podemos enseñar a nuestro cerebro que las caídas, más o menos moderadas, forman parte de la experiencia de la inversión, y, lo que es más importante, que las grandes caídas son eventos excepcionales de los que se sale (si la inversión está suficientemente diversificada). Así, poco a poco podemos atenuar el efecto de las emociones y los traumas en nuestras decisiones de inversión. Como parte de este proceso de entrenamiento, es importante intentar no tomar decisiones de inversión en momentos de estrés o con mucha frecuencia, porque aumenta la probabilidad de que nuestras emociones tomen el mando.