Sin embargo, la Academia sueca no le otorgó el premio Nobel de economía por dicho papel, sino por un trabajo, mucho más antiguo, realizado por el economista: Nonmonetary Effects of the Financial Crisis in the Propagation of the Great Depression (“Efectos no monetarios de la crisis financiera en la propagación de la Gran Depresión”).
En líneas generales, Bernanke considera que los diferentes cambios experimentados por el sector financiero de 1930 en adelante (principalmente la quiebra de numerosos bancos y la consecuente concentración del sector) derivó en una clara pérdida de eficiencia en la oferta de crédito a los hogares.
La gran causa de dicha pérdida de eficiencia es la ausencia de un sistema estandarizado de riesgo crediticio como el actual, mediante el cual los bancos son capaces de ofrecer condiciones de crédito a sus clientes según su probabilidad de repago. En los años 20 y 30 del siglo XX las condiciones crediticias de cada cliente dependían del grado de confianza que habían sido capaces de generar con su banco con el paso de los años. Tras el cierre de un muchos de estos bancos, toda esta información se perdió, por lo que los bancos que sí sobrevivieron no podían ofrecer a sus nuevos clientes las mismas condiciones que estos tenían en sus anteriores bancos.
Bernanke concluye por tanto que, esta manera de actuar por parte de los bancos fue una de las razones por las cuales la Gran Depresión se prolongó durante tantos años.
En definitiva, es innegable que el trabajo galardonado fue pionero, al analizar una crisis financiera desde una perspectiva totalmente nueva. Además, ha servido para volver a dar relevancia a un premio que tiende a pasar bastante inadvertido para el público general.
Y es que, mientras que el trabajo considera que la función de los bancos es indispensable para el correcto desarrollo de la economía, puesto que permiten que el dinero ahorrado sea invertido, este también nos advierte de un potencial peligro. Al ofrecer productos de ahorro, por un lado, y financiación por otro, los bancos son especialmente vulnerables a rumores de posible impago o de quiebra. Todo lo que se necesita es que un número importante de depositantes decida retirar su dinero de un banco para que se genere miedo entre el resto de ahorradores, lo cual, como si de una profecía autocumplida se tratase, podría a traducirse en pánico bancario.
Conscientes de que el pánico bancario se propaga a rápida velocidad, especialmente en aquellos bancos que se endeudan a muy largo plazo, pero prestan a corto plazo, ambos economistas proponen soluciones para evitar que este fenómeno suceda. El modelo presentado por Diamond y Dybving considera indispensable la existencia de diferentes tipos de seguro ante un impago para que los clientes desarrollen confianza en sus bancos.
Del mismo modo, el trabajo recuerda que este seguro ante impago no tiene por qué ser garantizado directamente por el propio banco que ofrece dichos depósitos. La Reserva Federal, o en nuestro caso, el Banco Central Europeo, pueden hacer uso de su papel de prestamista de última instancia para garantizar el pago de los depósitos en caso de que el banco comercial no pueda hacerlo.