James Tobin no era particularmente famoso cuando se le concedió el premio Nobel de Economía en 1981. Sin duda, mucho menos que otros como Milton Friedman, Joseph Stiglitz, James Buchanan o Paul Krugman.
Sin embargo, pocos economistas han visto su nombre unido a una iniciativa tan popular como la famosísima “Tasa Tobin”. Aunque en realidad se usa este nombre para aludir a medidas que tienen muy poco que ver con las que el profesor estadounidense planteó en su momento.
En un principio, la Tasa Tobin estaba dirigida a estabilizar los mercados de divisas (donde se compran y venden monedas de los distintos países), en un momento de enormes tensiones y turbulencias. Recordemos que los años 70 fue una década marcada por la inflación, la crisis del petróleo y la volatilidad en los mercados, después de que EE. UU. suprimiera el precio fijo del oro respecto al dólar.
El objetivo de Tobin: frenar la especulación
Para conseguir estabilizar los mercados, Tobin planteó un impuesto del 0,5% en cada transacción (compra o venta) del mercado de divisas, que penalizaría a aquellos que quisieran comprar moneda extranjera. Su idea era que la tasa desincentivara las operaciones de los especuladores financieros, cuyo único objetivo es sacar un beneficio a corto plazo por los movimientos del mercado, y que pueden acabar provocando grandes oscilaciones en los precios, que afecten al resto de mercados.
De esta forma, la tasa no debería suponer un freno o una penalización excesiva para aquellos que necesitan cambiar monedas (por ejemplo, una empresa de café que quiere asegurarse el precio que va a pagar por los granos de café que compre en otros países durante los próximos 12 meses, o un fabricante de ordenadores que vende en muchos países y no quiere que las fluctuaciones de monedas afecten a sus beneficios), pero sí desincentivar al cortoplacista, que normalmente busca ganar dinero al hacer la operación. Con esta tasa del 0,5%, comprar y vender en un intervalo de pocas horas era mucho menos atractivo (muchas veces este tipo de operaciones se hacen con márgenes muy estrechos, por lo que incluso un tipo tan bajo podía eliminar buena parte del beneficio).
El objetivo inicial, por tanto, no era recaudatorio. De hecho, la lógica era casi la contraria, desincentivar un tipo de operación para que no se produjera: podríamos decir que, si tenía éxito, la iniciativa generaría una recaudación muy baja, porque desaparecerían buena parte de las compraventas que se suponía que iba a gravar.
Evolución de una idea innovadora
En el último medio siglo, el debate sobre su puesta en funcionamiento ha sido recurrente. Y casi siempre se ha planteado con la idea de que no sólo cubriese al mercado de divisas, sino también al resto de activos financieros (acciones, opciones, futuros, etc.).
Hay muy buenos argumentos entre los economistas que han estudiado los mercados financieros tanto a favor como en contra de esta propuesta. Unos defienden que no sería un freno a la inversión, sino a la especulación, y que daría estabilidad a los mercados. Otros recuerdan que los llamados “especuladores” generan mucha liquidez para los pequeños inversores y que una tasa de este tipo penalizaría sobre todo a estos pequeños inversores y a los activos menos líquidos (empresas más pequeñas, monedas y materias primas poco negociadas, etc.). Los defensores de esta postura recuerdan que los márgenes de compra-venta (lo que se conoce como el spread) serían mucho más elevados, se encarecerían las transacciones y el mercado sería menos eficiente si se eliminan este tipo de operaciones.
En cualquier caso, por su propia naturaleza, la Tasa Tobin (o cualquiera de sus derivadas) es complicada de implementar en un único mercado. Desde los años 70 hasta la actualidad hemos visto cómo se internacionalizaban los mercados financieros. Si un país pretende implantar este tipo de tasas, corre el riesgo de que los inversores simplemente ejecuten sus operaciones en otro país en el que no exista dicha penalización. Es lo que ocurrió en Suecia a finales de los 80 y comienzos de los 90, cuando se implantó una tasa sobre las transacciones financieras con un esquema similar al que hemos explicado. La recaudación se quedó muy por debajo de lo esperado y el sector financiero sueco vio como muchos de sus clientes pasaron a operar en otros mercados. Por eso, unos años después de aprobarse, se eliminó dicha tasa. Quizás con el ejemplo sueco en la cabeza, lo que se ha puesto sobre la mesa con más insistencia en los últimos años es una Tasa Tobin coordinada para que un único país no aguante en solitario los efectos negativos de la medida: ha habido propuestas en tal sentido en el G-20 o en la Eurozona.
Así se implantará en España
En España ha habido mucho debate, y tras muchos años de iniciativas que no se concretaron, el 15 de octubre de 2020 se aprobó el Impuesto sobre las Transacciones Financieras (al que los medios de comunicación llamaron “Tasa Tobin”).
Como en otros países, se le ha llamado “Tasa Tobin” a un impuesto que tiene elementos en común con la propuesta original y otros aspectos que le diferencia de la misma. En nuestro caso, afecta a las operaciones de empresas españolas que cotizan en mercados de la Unión Europea y que tengan una capitalización de, al menos, 1.000 millones de euros. El tipo asciende al 0,2% en cada operación y lo deberá pagar el intermediario financiero correspondiente.
En cuanto a la operativa, para el cliente no cambia nada: el debate gira en torno a quién pagará al final el impuesto, es decir, cómo repercutirán el coste los intermediarios financieros a sus clientes.
Cada año, en diciembre, se publicará una lista con los valores afectados para el siguiente año. En principio, lo normal es que las compañías del Ibex superen el nivel mínimo impuesto por el regulador (aunque también estarán incluidas algunas empresas que no figuran en el índice pero que superan los 1.000 millones de capitalización).
¿Y qué diría Tobin si viera cómo se está aplicando su propuesta?
Su nombre ha pasado a utilizarse como una especie de comodín: cualquier medida que tenga un impacto en estos mercados o que penalice determinados activos o productos ya se asocia a la marca Tobin. El propio James Tobin advirtió en varias ocasiones de que se estaban promoviendo iniciativas que estaban muy lejos de sus planteamientos y a las que se colgaba la muletilla de su apellido (quizás en busca de la respetabilidad que daba un economista de su prestigio).
En cualquier caso, el hecho de que todavía discutamos sobre la idoneidad de la medida nos da una idea de que planteó un debate necesario. Para eso también sirven los premios Nobel: para acercar al público discusiones, argumentos y teorías que es muy positivo que salgan de los pasillos universitarios. En esto, el economista norteamericano fue exitoso como pocos.
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